Eusebio Martín, de Mayalde: “Lo que para un abuelo era algo cotidiano, para los hijos se convirtió en alucinante y mágico”

Mayalde para Enamódate del Centro Comercial El Tormes

Eusebio Martín, de Mayalde: “Lo que para un abuelo era algo cotidiano, para los hijos se convirtió en alucinante y mágico”

Hace casi cuarenta años que Mayalde se inició en este arte de la música tradicional, que para muchos es folclore, y lo hicieron con un propósito que a día de hoy siguen cumpliendo, nadar contra corriente, “no hacer lo que hacen los demás”. Eusebio Martín, uno de los dos fundadores de este grupo que llena las plazas y foros allí a dónde va y que no hace más que cosechar premios, recibe a Enamódate en su casa para hablar en torno al fuego de sus inicios, de la clave del éxito para poder vivir de un arte ancestral y del espíritu que subyace a un trabajo que en absoluto es producto de la improvisación. Su casa de Aldeatejada es el hogar donde ha crecido esta familia de juglares, titiriteros y músicos, y también es parte del «universo Mayalde». Quién entra aquí entiende todavía mejor su arte.

– ¿Cómo comenzó Mayalde, cuáles fueron los inicios de este grupo de música tal y como lo conocemos hoy?

– Mayalde comienza cuando nos casamos Pilar y yo, pero el germen de nuestra conexión con la música comienza antes. Yo estudiaba en el seminario y con quince años formamos un grupito de personas que cantábamos misas en Calatrava y en Santo Tomás. El cura de Aldeatejada nos propuso venir a cantar misa y aquí conocimos a Pilar y a Pepi y creamos un grupo que se llamó Tronco Seco que duró 7 años. Grabamos un disco, ensayábamos todos los sábados y nos lo pasábamos pipa. El grupo se fue deshaciendo, porque uno se casó, otros salió fuera a trabajar… y Pilar y yo decidimos continuar con la música como placer. Hacíamos conciertos y conocimos a Lucas Verdú, quien nos propuso dar clases de baile en el Centro de Cultura Tradicional de Salamanca y allí estuvimos 20 años. Hubo un momento en que la demanda de conciertos era grande y decidimos dejar todo lo demás para dedicamos solo a este oficio.

– Entiendo que los conciertos es sólo una parte de vuestro trabajo…

– Sí claro, los conciertos es la segunda parte de nuestro trabajo. La primera fue hacer un archivo de la memoria que se estaba muriendo. Fue duro al principio, nos llamaron chatarreros, locos… Los hijos de los mayores nos decían que dejáramos en paz a los abuelos, que sólo contaban bobadas de antes… Ya no se llevaba escuchar a los viejos, era un anacronismo, los viejos no tenían nada que decir, sólo hablaban de miseria y de guerra. Y nosotros entendimos que de ahí veníamos y que si hay una parte de nuestra cultura de la que se había dejado de hablar era importante seguir contándola. Y lo hicimos en la línea más dura.

– ¿Y cuál es esa línea más dura?

– Cuando nosotros comenzamos a actuar en el escenario de esta forma ya existían el Nuevo Mester de Juglaría, Ángel Carril, etc. Se trataba la tradición endulzándola porque se creía que si no la gente no iba a ser capaz de entender lo que contaba el abuelo. Había que dulcificarlo de alguna manera y donde había calderos se metieron guitarras. Nosotros no quisimos seguir este camino, especialmente por un motivo: porque cuando hablábamos con algún viejo, ya casi sin memoria, sin dientes y con muchas arrugas en la cara, a nosotros nos emocionaba mucho. Y si te emociona por qué no vas a emocionar tú con eso…Lo que para un abuelo y un bisabuelo era algo cotidiano y normal, para mi hijo y todos los hijos de la gente de mi generación se convirtió en alucinante y mágico. La magia está en que tú no sospechas que de una chistera vaya a salir un conejo, como no sospechas que de un caldero o de una mesa de panaderas vaya a salir música. De esta forma atrapamos a las nuevas generaciones con lo que hacían sus antepasados.

– La tradición es la base de vuestro trabajo…

– La tradición está basada en dejar la herencia espiritual al siguiente. Y ese es nuestro cometido: contarlo casi de la misma manera, y ese casi es importante, a cómo nos lo contaron. Aunque lo que hacemos parece fácil en el escenario tiene muchas horas de curre. No hacemos lo que vimos hacer, ese es nuestro oficio, sino darle una vuelta de tuerca para sorprender a todos los públicos. Sigue vivo el mensaje de Aristóteles, de Sócrates y de Cervantes, hay mensajes que son eternos. Si prescindimos de estos mensajes vamos mal, que ya vamos…

– Cuando escuchas y ves a Mayalde parece que hay una familia detrás que ha transmitido el mensaje y según cuentas más que un abuelo hay muchos abuelos…

– Es que a nosotros nos pasó lo mismo, no le dimos importancia a lo que nos contaron nuestros abuelos porque lo escuchábamos de forma natural. Le dimos valor después, cuando nos lo contó otro abuelo. Cuando hacemos memoria de todos los viejos que se convirtieron en nuestros abuelos sí eres consciente de los posos, de lo que viviste en casa. Nosotros pertenecemos a dos civilizaciones, la primera, la que se crió en torno al fuego (mi infancia y la de Pilar fue en torno a un fuego, yo he visto a mi padre arar con los bueyes, he trillado, he llevado comida a los segadores, y escuché cómo mis padres contaban cosas en torno a la lumbre). Después nos hemos ido a vivir a un piso, a una ciudad, donde no se puede encender un fuego, al abuelo se le lleva a la residencia y al niño a la guardería y comienza una nueva civilización, donde quien cuenta las historias es, sobre todo, la televisión. A nuestros hijos los educa Disney.

– ¿Su música ha conseguido volvernos a reunir “en torno al fuego”?

– Lo que nosotros vemos en los conciertos es que no sólo escucha el padre y el hijo. En una plaza hay miles de personas y vemos a los de tres años sentados en las primeras filas, a los jóvenes con el cubata en la mano pero que no se van, a los padres que les cuesta estar quietos y llevan dos horas sentados, y a los abuelos que están felices de dónde están. Es un mensaje que llega a todos porque es universal.

– Luego la cultura y la música tradicional no sólo es cuestión de generaciones…

– Es sobre todo de territorios. El mundo de los territorios es importante, sobre todo el de los territorios espirituales, aunque el físico también. El territorio pequeño es manejable. Yo en mi infancia tenía la constancia de que podía intervenir en mi territorio. Vivía en La Maya y me relacionaba con la gente de «mi tribu». Tenía concepto de que el río era mío y podía influir en él. Yo pescaba con mi padre, ¡quién va a cuidar mejor el río que los pescadores! También iba al monte y no podías permitirte el lujo de que una encina se secara… Pero también era tu territorio espiritual, he visto rondar a mi padre, el protocolo del amor que se está acabando, la visita, la pedida, la rosca… Lo haces porque estás en tu territorio y puedes influir para bien. A ser posible hay que dejar las cosas mejor que las recibiste, por solidaridad. Cuando el concepto de territorio se amplía (y se ha debido sobre todo al coche) lo que piensas, y así nos lo transmiten, es que tú no puedes hacer nada por influir en lo que te rodea, es tan inabarcable que se ya se encargan otros (Telefónica, Seprona, etc.). “Tú curra y compra cosas y ya no cantes con tus hijos porque estas melodías ya se las cantan otros”. El mundo no puede sobrevivir sin apareamiento y sin territorio.En la vida hay que ser sujeto activo y la música tradicional tiene mucho que decir. Hay que decir lo que se tiene que decir, sin ofender a nadie, pero haciendo pensar a la gente.

– Detrás de las interpretaciones de Mayalde hay un verdadero estudio antropológico, ¿no?

– Nosotros comenzamos grabando a la gente de los pueblos, especialmente a los más pobres que siempre han sido los que más han tenido que reivindicar. Rompimos el esquema de recopilar información con un cuestionario, porque de sus historias podían salir otras muchas historias y no es lo mismo lo que se cuenta con un vaso de vino que con alguno más. Pusimos en valor las cosas sencillas y en Salamanca de sencillez se sabe mucho. En esta provincia, de hecho, asistimos a un milagro: el tamborilero, una orquesta reducida a una sola persona (la teoría de la autosuficiencia). Nuestro secreto fue convertirnos en los nietos de estos viejos. Y luego sucedió otra cosa, nuestros hijos, Laura y Arturo, venían con nosotros y con el tiempo estos abuelos también se convirtieron en los de nuestros hijos.

– Hace pocos días Mayalde ha recibido el premio nacional de folclore Martínez Torner 2018. ¿Tiene este premio más valor que otro?

– Todos los premios son un honor y un privilegio porque suponen que alguien reconoce lo que tú haces. El folclore se valora cada vez más, ha renacido con los nacionalismos aunque en Castilla y León no tiene tanto arraigo. El folk es el gran saco donde se pierde gran parte de la esencia de la tradición, por eso hay que reivindicar la música tradicional como tal. Nos gusta que la gente vea a Mayalde como una familia con la misma pasión y vehemencia habiendo comido viejos.

– También Mayalde es protagonista de la nueva película de Gabriel Velázquez, Zaniki.

– Ha sido un placer formar parte de este proyecto donde también aparece mi nieto Beltrán. Se habla de lo que estamos hablando en esta entrevista, de la tradición. De cómo los seres  humanos no podemos permitirnos el lujo de prescindir de la sabiduría de nuestros antepasados.

– Enamódate es un blog de moda y quiero preguntarle por la que usted prefiere…

– En Mayalde somos muy básicos. El escenario forma parte de nuestra forma de vivir, y por tanto de vestir. Nos gusta el negro porque no distrae al público, le deja observar las manos y los instrumentos. Me gustan las sotanas, la falda, el capote de montar y los sombreros.

Mayalde actuó el pasado mes de octubre en El Tormes como parte del programa Encuentros con la Tradición organizado por el Centro Comercial El Tormes en colaboración con Caireles y el Grupo Folklórico Surco. Puedes ver el vídeo pinchando aquí.